Se abren precipicios en medio del mar, y las olas engullen los puentes formados entre tus manos y las mías. ¿Qué puede más? Paises inestables que se fragmentan y se unen al mismo tiempo, confusos, igual que dos lobos que se lamen las heridas después de batallar. Sonrisas que se transforman en nubes que cubren el cielo de Oriente. Los sueños se vuelven pesadillas cuando el sueño vence a la apatía y la ansiedad. Todos tenemos un arma que no se ve, que cuando se lanza se clava igual que el viento, cubriendo el cuerpo y los ojos, y quizá no somos conscientes de lanzarla, pero aprisiona con la fuerza de los mitológicos dioses del Parnaso.
Una cerilla en mi mano para prender el fuego en medio de una lluvia torrencial, y aunque yo esté envuelto en llamas, nada a mi alrededor arde, y quizá sea obstinencia, quizá cabezonería, pero quiero terminar prendiendo el fuego. Aunque la lluvia haga tiritar, y el agua golpee con pesadez sobre la piel de mi cuerpo desnudo. No importa si las gotas no cesan de caer. Me gusta ese sitio. No quiero permanecer en ningún otro lado. Y si el barro me cubre las rodillas, seguiré de pie frente a sus ojos, da igual si no hay puentes y las olas son abismales. Puedo nadar. Y sé que ella se lanzará a por mí antes de que me ahogue.
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