Vamos a quedarnos despiertos, mirándonos el uno al
otro. No se cerrarán los ojos, la marea negra del sueño no puede
alcanzarnos cuando estamos volando sobre las nubes. Nos tumbaremos
sobre una cama de agua y comeremos flan, chocolate o mermelada,
sintiendo la piel del otro dentro de las fauces del sabor. No importa
si somos parte de la degustación, el corazón se acelera como
sucesivos rayos en una hilera de cielo, y los mordiscos se suceden,
parsimoniosos, sobre temblores de éxtasis.
Se unirán dos meteoros de fuego en mitad del
universo estrellado, y recorrerán terremotos de punta a punta,
mientras las flores de los cerezos se abren kilómetros más abajo.
Pasaron huracanes y se llevaron las malas hierbas, trayendo consigo
un verano helado de nubes que tiñen las alturas, escondiendo al sol
del ojo humano.
Pasaremos la mano sobre campos de flores en la arena
de la playa, caminando junto a las conchas que nacen en los
rompeolas, al tiempo que la noche cae sobre nuestras cabezas. Se
mojarán nuestros pies junto a dos serpientes rojas que jugarán
hasta que tengan que separar sus cabezas para ver el amanecer junto
con el rocío que desprenderán las flores con los primeros rayos de
sol.
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