El señor blanco llega a una casa desvencijada. El verde de las hiedras, las enredaderas, y los líquenes cubren la madera. No parece haber nadie. Aún así, llama. Un golpe, y otro, y otro.
- ¿A quién busca, señor blanco? - Pregunta alguien a sus espaldas.
- Oh. Solo quería hablar con la persona que vive aquí.
- Ya veo. Pero creo que no está.
- ¿Y eso? ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Cuanto tiempo hace que no viene señor blanco? ¿Se molestó acaso en asomar su nariz antes de que la madera fuese pasto de la naturaleza?
- Bueno... Es cierto que no vengo desde hace más de un año... Pero no me imaginaba que esto estuviese así.
- ¿Y por qué viene ahora?
- Bueno, no creo tener derecho a venir aquí, pero... Me sentía solo. Y entonces me acordé de todo. Me paré a pensar fríamente, más que en otras ocasiones.
- ¿Te sentías solo? ¿No es eso un poco egoísta? ¿Y que hay de la persona de esa casa?
- Es cierto que lo es, pero si únicamente estuviese aquí por esa razón. Fue un error.
- Ciertamente, señor blanco. ¿Y, qué deseabas entonces?
-¿Por qué tendría que contarselo a usted? Quiero vivir con el habitante de esta casa.
- Estás hablando con él. No has cambiado nada.
- ¿Eres tú? Te ruego que me disculpes. Has cambiado. Y, por cierto, no soy el señor blanco. Soy el señor negro.
Bienvenido a un mundo tan abstracto como lo que pasa por mi cabeza. Literatura rompecabezas que significa cualquier cosa menos la que es. O puede que veas la realidad.

Mostrando entradas con la etiqueta madera. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta madera. Mostrar todas las entradas
jueves, 12 de febrero de 2015
Mr. White
Ubicación:
23170 La Guardia, Jaén, España
sábado, 25 de enero de 2014
Warm
Dos marionetas guiadas por los hilos de sus propios corazones se reunieron bajo la sombra de un viejo árbol que guardaba la entrada a las entrañas de la tierra. Ellas se movían al son del viento, sin interrupciones, hasta que entrada la tarde, montones de insectos aéreos llenaron con su aleteo el lugar. El día se encontraba frío y con un cielo despejado donde el sol se negaba a mostrar su lado más cálido. Oscuro pero claro.
Los muñecos se mueven de sus posiciones, y se dirigen al interior del bosque, a las zonas más oscuras, donde solo los pájaros aparecen de vez en cuando, en el transcurso de su vuelo. Allí, los hilos que portaban se entrelazaron una y otra vez, y la frágil madera empezaba a prenderse con la fricción de los mismos. Era un fuego que quemaba, que inflamaba el pecho, pero que no se expandía más allá de los participantes de aquella transformación. Montones de hormigas corretearon alrededor de los cuerpos, igual que las ondas que crea una piedra al ser lanzada al agua. La tierra, caliente, se levanta, partícula a partícula, con cada suspiro que se escucha en el eco.
Las brumas de la noche cubren los ojos, igual que persianas bajadas para evitar la luz en la habitación, y rayos que llenan el cuerpo estallan en millones de diminutos electrones, que se confunden con el agua que despide la madera de los ardientes muñecos, y, mientras todo ocurre, los trenes viajan transportando curvas en los labios.
http://youtu.be/AQ-iU33vJQU
Los muñecos se mueven de sus posiciones, y se dirigen al interior del bosque, a las zonas más oscuras, donde solo los pájaros aparecen de vez en cuando, en el transcurso de su vuelo. Allí, los hilos que portaban se entrelazaron una y otra vez, y la frágil madera empezaba a prenderse con la fricción de los mismos. Era un fuego que quemaba, que inflamaba el pecho, pero que no se expandía más allá de los participantes de aquella transformación. Montones de hormigas corretearon alrededor de los cuerpos, igual que las ondas que crea una piedra al ser lanzada al agua. La tierra, caliente, se levanta, partícula a partícula, con cada suspiro que se escucha en el eco.
Las brumas de la noche cubren los ojos, igual que persianas bajadas para evitar la luz en la habitación, y rayos que llenan el cuerpo estallan en millones de diminutos electrones, que se confunden con el agua que despide la madera de los ardientes muñecos, y, mientras todo ocurre, los trenes viajan transportando curvas en los labios.
http://youtu.be/AQ-iU33vJQU
sábado, 28 de diciembre de 2013
Prototype
Empezó como un titubeo apenas audible, y fue aumentando de intensidad conforme los minutos iban cayendo al suelo. Sobrevuelan palabras sonoras sobre los oídos, llenando con rapidez el cerebro. Una luz llenaba el espacio, y una manada de osos jugaba a sus espaldas, junto a los árboles de madera. Iba desnuda, pero era tal la luminosidad de su cuerpo, que el destello impedía verle la piel.
Usted nunca vislumbró una metamorfosis igual, en la que la misma belleza se transforma en cisne y en ángel indistintamente, y su portadora devora nubes durante su viaje al cielo. Sus propios dedos sellan sus labios, mientras mi cuerpo arde en llamas inagotables que nunca causan secuelas más que en el interior. Me perdí en el laberinto de sus ojos, bien cierto es, al tiempo que la luz del sol cambiaba de color a lo largo de las horas.
Los cantos de la sirena se volvieron mudos y en su lugar apareció un libro de fantasía donde se podían leer las estrellas de sus manos. En esta ocasión logró derribar las pocas defensas que pude haberle puesto frente a su legión de plumas, y las murallas del castillo fueron derribadas por un desbordado río que llevaba enormes olas, solo dignas para surfistas expertos.
El cansancio invadía los sentidos, pero más fuerte era la sensación de bienestar al ahogarme entre aquellas arenas movedizas húmedas, y quería alargar mis dedos para poder tocar a aquella niña pequeña que se reía en la lejanía de la selva. Y entonces me encontraba con que se perdía entre los árboles y no llegaba a alcanzarla.
Y desde entonces corro entre la maleza, dispuesto a encontrarla, y tumbarme con ella en el suelo, porque en realidad no es una niña, es la musa que invade mi sueño y me lleva por caminos que nunca antes realicé. Es la pequeña M, una deidad perdida entre los confines de la Tierra, que solo es encontrada una vez cada mil años mortales.
Usted nunca vislumbró una metamorfosis igual, en la que la misma belleza se transforma en cisne y en ángel indistintamente, y su portadora devora nubes durante su viaje al cielo. Sus propios dedos sellan sus labios, mientras mi cuerpo arde en llamas inagotables que nunca causan secuelas más que en el interior. Me perdí en el laberinto de sus ojos, bien cierto es, al tiempo que la luz del sol cambiaba de color a lo largo de las horas.
Los cantos de la sirena se volvieron mudos y en su lugar apareció un libro de fantasía donde se podían leer las estrellas de sus manos. En esta ocasión logró derribar las pocas defensas que pude haberle puesto frente a su legión de plumas, y las murallas del castillo fueron derribadas por un desbordado río que llevaba enormes olas, solo dignas para surfistas expertos.
El cansancio invadía los sentidos, pero más fuerte era la sensación de bienestar al ahogarme entre aquellas arenas movedizas húmedas, y quería alargar mis dedos para poder tocar a aquella niña pequeña que se reía en la lejanía de la selva. Y entonces me encontraba con que se perdía entre los árboles y no llegaba a alcanzarla.
Y desde entonces corro entre la maleza, dispuesto a encontrarla, y tumbarme con ella en el suelo, porque en realidad no es una niña, es la musa que invade mi sueño y me lleva por caminos que nunca antes realicé. Es la pequeña M, una deidad perdida entre los confines de la Tierra, que solo es encontrada una vez cada mil años mortales.
Ubicación:
23170 La Guardia, Jaén, España
miércoles, 18 de diciembre de 2013
Today
Hoy un globo de cemento se hundía en el fondo del mar, mientras un pájaro carpintero intentaba abrirse paso picoteando entre los pequeños huecos. El sonido de las olas se escuchaba con fuerza, y el pájaro conseguía respirar bajo el agua, como si quisiera golpear por siempre el cemento.
Las voces de siempre se apagaron y solo se escuchaban extraños murmullos, como si de otras personas se tratasen. Un halo de inseguridad y desgana cubren los sentidos, igual que un espectro que lo absorbe todo y te deja sin nada más que un pensamiento aterrador. Los golpes destrozan la madera, y la sangre cae de los nudillos de un muñeco hecho con trapo. La enormidad me hace pequeño, y el eco reverbera en las profundidades de la noche. ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es la felicidad? Se repite como un chiste de mal gusto pronunciado por un bromista de segunda.
Y nadie responde, porque las sombras no tienen boca, solo muecas, y las tinieblas no necesitan hablar para decirte lo que debes saber. Es entonces cuando cristales de sal crecen en mitad de la nada, y, entre ráfagas de agua, descubres que la felicidad no es un estado de ánimo, sino un cisne de color negro volando alrededor.
Las voces de siempre se apagaron y solo se escuchaban extraños murmullos, como si de otras personas se tratasen. Un halo de inseguridad y desgana cubren los sentidos, igual que un espectro que lo absorbe todo y te deja sin nada más que un pensamiento aterrador. Los golpes destrozan la madera, y la sangre cae de los nudillos de un muñeco hecho con trapo. La enormidad me hace pequeño, y el eco reverbera en las profundidades de la noche. ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es la felicidad? Se repite como un chiste de mal gusto pronunciado por un bromista de segunda.
Y nadie responde, porque las sombras no tienen boca, solo muecas, y las tinieblas no necesitan hablar para decirte lo que debes saber. Es entonces cuando cristales de sal crecen en mitad de la nada, y, entre ráfagas de agua, descubres que la felicidad no es un estado de ánimo, sino un cisne de color negro volando alrededor.
Ubicación:
23170 La Guardia de Jaén, Jaén, España
domingo, 1 de diciembre de 2013
Quedarse
Me siento delante de un caballete con lienzo, y comienzo a trazar líneas, cogiendo diferentes colores con la paleta. Con el verde dibujo un sendero de árboles perennes, en un bosque profundo. El marrón sirve para formar los troncos, con madera fuerte en unos árboles, y carcomida en otros. El suelo, húmedo de la lluvia, cubierto con hojas secas, marca las condiciones de la atmósfera. Aparece también el cabello de alguien, flotando, igual que un tímido fantasma que solo muestra ese rasgo de sí mismo. Y voy usando los demás colores, rojo, para descubrir sus labios y el área de sus mejillas. Con un dedo voy formando lo que será el tono de su piel en lo que se perfila como su rostro, dejando mi impronta en aquel cuadro. Con polvo de estrellas delimito sus ojos, que comienzan a brillar como si de brumas de esperanza se tratasen.
Arranco trozos de mi camisa y los coloco formándole a ella una propia. La suya la perdió al liberarse del frío. Entonces me detengo.
- ¿No le dibujas las piernas?- Inquirió un muchacho, que había estado observando la pintura.
Yo negué con la cabeza, y él me preguntó el por qué.
- Porque no le gustará estar ahí, y entonces se marcharía.- Respondí.
- Eso es una tontería.- Dijo- Si realmente quiere quedarse, no se irá.
Arranco trozos de mi camisa y los coloco formándole a ella una propia. La suya la perdió al liberarse del frío. Entonces me detengo.
- ¿No le dibujas las piernas?- Inquirió un muchacho, que había estado observando la pintura.
Yo negué con la cabeza, y él me preguntó el por qué.
- Porque no le gustará estar ahí, y entonces se marcharía.- Respondí.
- Eso es una tontería.- Dijo- Si realmente quiere quedarse, no se irá.
martes, 26 de noviembre de 2013
Universos paralelos
Se empieza a crear nieve en la habitación, y me encuentro en el centro. Todos los espacios se van tiñendo de blanco, exceptuando el lugar que ocupan mis pies, y un poco más. Se forman picos de hielo en la madera de la cama, asemejando a una gélida cárcel impenetrable. Comienzo a tiritar. La ropa que llevo comienza a humedecerse y no es suficiente para retener la calor. Me agacho y me abrazo sobre mis piernas. El gélido aire que hay dominando el lugar contrasta con el de mi aliento, y ambos se pelean, formando vahos visibles. No se puede salir. Alguien selló la puerta desde el exterior, y nada sirve para combatir la temperatura que se forma.
En el momento en que pienso que ya no hay escapatoria y me rindo a la situación, se abre la puerta, despacito, con timidez. Y aparece ella, tranquila, sin prisas. Derrite la nieve que hay en cada rincón que pisa, y las jaulas naturales que formaban el hielo, se transformaban en charcos de agua. Al llegar a mí, colocó su mano sobre mi rostro, y, sonriéndome, recorrió el resto de mi cuerpo con su otra mano. El calor corporal se estabilizaba allí donde posaba ella su piel, y, antes de perder del todo la consciencia, no pude evitar robarle un poco de luz de su mirada.
En el momento en que pienso que ya no hay escapatoria y me rindo a la situación, se abre la puerta, despacito, con timidez. Y aparece ella, tranquila, sin prisas. Derrite la nieve que hay en cada rincón que pisa, y las jaulas naturales que formaban el hielo, se transformaban en charcos de agua. Al llegar a mí, colocó su mano sobre mi rostro, y, sonriéndome, recorrió el resto de mi cuerpo con su otra mano. El calor corporal se estabilizaba allí donde posaba ella su piel, y, antes de perder del todo la consciencia, no pude evitar robarle un poco de luz de su mirada.
domingo, 17 de noviembre de 2013
Dolls
Una habitación llena de muñecas con apariencia frágil, con unos ojos dibujados de forma macabra, y la sensación de estar siendo observado desde todos los puntos posibles. Un espejo al fondo, donde no puedo verme con claridad, ya que las iluminación es débil y difusa en toda la sala.
-No deberías pasar mucho tiempo aquí. Las muñecas están huecas, y terminamos convirtiéndonos en lo que nos rodea.-Dijo una voz a mis espaldas.
Me di la vuelta, y vi que las sombras le tapaban el rostro.
-¿A qué te refieres?-Pregunté.
-Míralas. No tienen brillo en sus ojos. Son armazones de madera, pintados al gusto del creador. No puedes venir aquí y salir inmune a todo este ambiente. Ellas devorarán tu alma y te irán convirtiendo en parte de esta habitación, de este lugar.
-Pero... Si acabo de llegar.
-Lo sé. Pero ya has estado aquí más veces. Y al final, terminarás viéndote en ellas. Cara a cara con la soledad.
-No deberías pasar mucho tiempo aquí. Las muñecas están huecas, y terminamos convirtiéndonos en lo que nos rodea.-Dijo una voz a mis espaldas.
Me di la vuelta, y vi que las sombras le tapaban el rostro.
-¿A qué te refieres?-Pregunté.
-Míralas. No tienen brillo en sus ojos. Son armazones de madera, pintados al gusto del creador. No puedes venir aquí y salir inmune a todo este ambiente. Ellas devorarán tu alma y te irán convirtiendo en parte de esta habitación, de este lugar.
-Pero... Si acabo de llegar.
-Lo sé. Pero ya has estado aquí más veces. Y al final, terminarás viéndote en ellas. Cara a cara con la soledad.
jueves, 17 de octubre de 2013
Cuentos para una enferma
Miro a la ventana y no encuentro nada. Nada ahí fuera que consiga motivarme. A veces pasan niños jugando y gritando, pero ese tiempo ya pasó para mí. Quisiera volar lejos de aquí. Vivir en Irlanda, o en algún lugar perdido, rodeada de árboles, en una casa de madera. Si es en el norte, quiero que los abetos me rodeen. O los pinos. Alzar la vista y ver pájaros volando. O copos de nieve cayendo. Y, a ser posible, tendría un caballo. Un hermoso caballo blanco, cuyo pelo ondearía al compás del viento, al unísono con el mío, mientras cabalgamos hacia el infinito. Y, al llegar a casa, alguien me esperaría y me diría: "Bienvenida a casa". Sin ataduras, sin polución, en libertad.
Encadené mi corazón a una máquina. Una pantalla fría que me colocaba palabras ante mis ojos. Sin rostro. Sin voz. Solo tinta electrónica que me hacía reir, sentirme bien, o enfadarme. Quizá las palabras que nunca pronuncié aparecen escritas en sangre. Y, a pesar de ser todo una aglutinación de palabras, consiguen hacerme sentir. Como si la luna actuase como una bombilla que cambia de color, del blanco al amarillo, y viceversa; pero que siempre está ahí.
Tanto es así que durante la noche iniciamos mil y una batallas contra el monstruo del sueño, hasta que resultamos derrotados, mano con mano, pluma con pluma, y, sin embargo, no llegamos a tocarnos. Que alguien me lo explique, porque yo no lo sé. ¿Cómo el frío puede quemar?
"Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera... Hasta hay un momento, un principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace". Jean-Paul Sartre.
Encadené mi corazón a una máquina. Una pantalla fría que me colocaba palabras ante mis ojos. Sin rostro. Sin voz. Solo tinta electrónica que me hacía reir, sentirme bien, o enfadarme. Quizá las palabras que nunca pronuncié aparecen escritas en sangre. Y, a pesar de ser todo una aglutinación de palabras, consiguen hacerme sentir. Como si la luna actuase como una bombilla que cambia de color, del blanco al amarillo, y viceversa; pero que siempre está ahí.
Tanto es así que durante la noche iniciamos mil y una batallas contra el monstruo del sueño, hasta que resultamos derrotados, mano con mano, pluma con pluma, y, sin embargo, no llegamos a tocarnos. Que alguien me lo explique, porque yo no lo sé. ¿Cómo el frío puede quemar?
"Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera... Hasta hay un momento, un principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace". Jean-Paul Sartre.
sábado, 5 de octubre de 2013
Hacia donde me llevan tus ojos no lo sé, pero me llevan.
¿Han pensado alguna vez en la linealidad del tiempo? Nosotros decidimos qué hacer, qué decisiones tomar, pero al tiempo que hacemos eso, hay infinidad de caminos que posiblemente se cierren. Esto es porque solo hay una dimensión temporal. Cuando quemamos un leño de madera, no puede volver a ser el mismo. Ni cuando muere alguien podemos hacer que regrese a la vida. Podemos simplemente no hacer elecciones y quedarnos en el mismo sitio, pero entonces apenas avanzaría nada.
¿Qué nos hace tomar una decisión u otra? Lo más bonito sería pensar que las elecciones se hacen de forma racional, meditando cada una de ellas, y estudiando los posibles efectos. Pero esto no es así, muchas de ellas son espontáneas, aunque sean poco relevantes, y otras llevan la venda de las emociones. De todos modos, da igual la índole, cualquiera puede llevarnos al fracaso, al éxito, o a un terreno de nadie.
La ruta que tomamos, no sabemos adonde nos lleva, pero puedo asegurar, que la hierba sobre la que piso en estos momentos, es la más verde y fresca que he pisado en mucho tiempo. Y la persona que se incorporó a este lado hace poco, es una de las más agradables compañías que se puedan tener en todas las hileras inagotables de opciones que se abren a mi alrededor.
¿Qué nos hace tomar una decisión u otra? Lo más bonito sería pensar que las elecciones se hacen de forma racional, meditando cada una de ellas, y estudiando los posibles efectos. Pero esto no es así, muchas de ellas son espontáneas, aunque sean poco relevantes, y otras llevan la venda de las emociones. De todos modos, da igual la índole, cualquiera puede llevarnos al fracaso, al éxito, o a un terreno de nadie.
La ruta que tomamos, no sabemos adonde nos lleva, pero puedo asegurar, que la hierba sobre la que piso en estos momentos, es la más verde y fresca que he pisado en mucho tiempo. Y la persona que se incorporó a este lado hace poco, es una de las más agradables compañías que se puedan tener en todas las hileras inagotables de opciones que se abren a mi alrededor.
lunes, 23 de septiembre de 2013
Black Swan
Salí a cazar en un duro invierno. La nieve, fría y veloz, me acuchillaba las mejillas con ayuda del viento; los pies, ataviados con buenas botas, se hundían varios centímetro en blanco y húmedo suelo, haciendo que tuviera que esforzarme mucho para avanzar unos pocos pasos. Ni siquiera la gruesa piel del abrigo me protegía contra las inclemencias del tiempo: empezaba a sentir frío.
Estaba a punto de abandonar la estúpida idea de cazar con aquel temporal, cuando, no muy lejos de allí, vi un estanque, en el que un cisne de color negro, era acosado por otros de color blanco. Se encontraba sin fuerzas, malherido, así que pegué un tiro al aire, para espantar a los indeseables, y me acerqué al otro. Como parecía estar con vida, me quité el abrigo, que ya poco me servía, y, con suma delicadeza, envolví al cisne en él. Lo sostuve entre mis brazos, y emprendí el camino de regreso a casa.
Siempre me gustó aquella casa de madera. Pero ese día no. El frío reptaba por las rendijas de la puerta, por las diminutas aperturas de la madera rajada, y no había forma de entrar en calor. Había dejado al cisne sobre la cama, convenientemente tapado, y, antes de curarlo, quería encender el fuego.
Pero no había forma humana de encenderlo. La madera, insuficientemente seca, solo servía para hacer señales de humo en un hipotético escenario del salvaje oeste. Al rato lo dejé por imposible, y me acerqué al cisne para curarle las posibles heridas, pero, al acercarme, no estaban ni el cisne ni el abrigo.
Busqué por toda la casa, pero no había ni rastro de ellos. Sin abrigo, sin pieza de caza alguna, muerto de frío y agotado. No podía tornarse ya peor el día. Decidí marcharme a la cama, aunque todavía faltaba para la noche, el atardecer estaba avanzado, y yo estaba derrotado.
Me despertó un ruido en mitad de la noche. A ciegas, busqué las cerillas, y encendí el candelabro de la mesita de noche. Ya había cesado de nevar, y aunque la nieve reposaba generosamente en la ventana, se podía ver el exterior. Una luna llena se dibujaba sobre un inmenso mar de copos blancos, de árboles caducos conquistados por el antónimo del negro, y los perennes pinos formaban dualidades diversas con el paisaje. La oscuridad, cerrada, con las estrellas tapadas por nubes grises, que se arremolinaban también junto al preciado satélite. El viento había cesado, y solo la calma parecía reinar, exceptuando los lejanos aullidos de los lobos.
El sonido causante de mi reciente vigilia había sido el crepitar del fuego, que estaba encendido. Mi cara de sorpresa fue de risa, pues no tenía ni la más remota idea de cómo había podido suceder aquello. Me levanté de la cama y fui a observar aquello más de cerca.
Entonces, se apagó el fuego, y la luz del candelabro. Apareció una figura femenina, iluminada solamente por la luz que daba la luna desde el exterior. Llevaba únicamente por vestido un abrigo, sin abrochar, capucha puesta sobre la cabeza: Aquel era mi abrigo.
No supe cómo reaccionar. Aquella magnífica figura se acercaba cada vez más, parsimoniosamente, con seguridad, hacia mí. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza a toda velocidad, como un accidente de coche en cadena, ¡pah!, imagine un montón de bólidos contra la pared.
De lo que no dudaba era que aquella mujer era hermosa, las líneas de su cuerpo, elegantemente definidas; sus pechos, contorneados; y la luz de sus ojos, más brillante que la luz que recibía la luna.
Cuando estaba prácticamente frente a mí, se quitó la capucha y dejó ver su larga melena. Lisa, con cabellos similares a hilos perfectamente formados de las manos de dioses artesanos.
Al estar junto a mí, me dio un abrazo, y, susurrándome al oído, me dijo:
- Gracias.
Se apartó un poco y me dio un fugaz beso en los labios. Inmediatamente después, mis párpados empezaron a pesar más y más, y mi cabeza no me respondía, solo podía caer rendido a la cama.
Al despertar, ya era por la mañana, y gran parte del color predominante durante la noche, había desaparecido. Caían gotas de los árboles marchitos, iluminadas por el sol naciente; el suelo, aún con una capa notable, era lo único que había sobrevivido. A mi lado, dentro de la cama, se encontraba el cisne que había desaparecido el día anterior, curado de sus heridas, y con un brillo en los ojos que me resultaba familiar.
A partir de aquel día, me encontré con unas experiencias similares, en las que, al anochecer, una chica cuidaba de mí, con la misma ternura que yo cuidaba a aquel cisne. Rara vez dijo palabra alguna, pero siempre que dormía junto a mí, sin caer yo presa de su embrujo, en mis oídos retumbaba una y otra vez un nombre: Helena.
Estaba a punto de abandonar la estúpida idea de cazar con aquel temporal, cuando, no muy lejos de allí, vi un estanque, en el que un cisne de color negro, era acosado por otros de color blanco. Se encontraba sin fuerzas, malherido, así que pegué un tiro al aire, para espantar a los indeseables, y me acerqué al otro. Como parecía estar con vida, me quité el abrigo, que ya poco me servía, y, con suma delicadeza, envolví al cisne en él. Lo sostuve entre mis brazos, y emprendí el camino de regreso a casa.
Siempre me gustó aquella casa de madera. Pero ese día no. El frío reptaba por las rendijas de la puerta, por las diminutas aperturas de la madera rajada, y no había forma de entrar en calor. Había dejado al cisne sobre la cama, convenientemente tapado, y, antes de curarlo, quería encender el fuego.
Pero no había forma humana de encenderlo. La madera, insuficientemente seca, solo servía para hacer señales de humo en un hipotético escenario del salvaje oeste. Al rato lo dejé por imposible, y me acerqué al cisne para curarle las posibles heridas, pero, al acercarme, no estaban ni el cisne ni el abrigo.
Busqué por toda la casa, pero no había ni rastro de ellos. Sin abrigo, sin pieza de caza alguna, muerto de frío y agotado. No podía tornarse ya peor el día. Decidí marcharme a la cama, aunque todavía faltaba para la noche, el atardecer estaba avanzado, y yo estaba derrotado.
Me despertó un ruido en mitad de la noche. A ciegas, busqué las cerillas, y encendí el candelabro de la mesita de noche. Ya había cesado de nevar, y aunque la nieve reposaba generosamente en la ventana, se podía ver el exterior. Una luna llena se dibujaba sobre un inmenso mar de copos blancos, de árboles caducos conquistados por el antónimo del negro, y los perennes pinos formaban dualidades diversas con el paisaje. La oscuridad, cerrada, con las estrellas tapadas por nubes grises, que se arremolinaban también junto al preciado satélite. El viento había cesado, y solo la calma parecía reinar, exceptuando los lejanos aullidos de los lobos.
El sonido causante de mi reciente vigilia había sido el crepitar del fuego, que estaba encendido. Mi cara de sorpresa fue de risa, pues no tenía ni la más remota idea de cómo había podido suceder aquello. Me levanté de la cama y fui a observar aquello más de cerca.
Entonces, se apagó el fuego, y la luz del candelabro. Apareció una figura femenina, iluminada solamente por la luz que daba la luna desde el exterior. Llevaba únicamente por vestido un abrigo, sin abrochar, capucha puesta sobre la cabeza: Aquel era mi abrigo.
No supe cómo reaccionar. Aquella magnífica figura se acercaba cada vez más, parsimoniosamente, con seguridad, hacia mí. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza a toda velocidad, como un accidente de coche en cadena, ¡pah!, imagine un montón de bólidos contra la pared.
De lo que no dudaba era que aquella mujer era hermosa, las líneas de su cuerpo, elegantemente definidas; sus pechos, contorneados; y la luz de sus ojos, más brillante que la luz que recibía la luna.
Cuando estaba prácticamente frente a mí, se quitó la capucha y dejó ver su larga melena. Lisa, con cabellos similares a hilos perfectamente formados de las manos de dioses artesanos.
Al estar junto a mí, me dio un abrazo, y, susurrándome al oído, me dijo:
- Gracias.
Se apartó un poco y me dio un fugaz beso en los labios. Inmediatamente después, mis párpados empezaron a pesar más y más, y mi cabeza no me respondía, solo podía caer rendido a la cama.
Al despertar, ya era por la mañana, y gran parte del color predominante durante la noche, había desaparecido. Caían gotas de los árboles marchitos, iluminadas por el sol naciente; el suelo, aún con una capa notable, era lo único que había sobrevivido. A mi lado, dentro de la cama, se encontraba el cisne que había desaparecido el día anterior, curado de sus heridas, y con un brillo en los ojos que me resultaba familiar.
A partir de aquel día, me encontré con unas experiencias similares, en las que, al anochecer, una chica cuidaba de mí, con la misma ternura que yo cuidaba a aquel cisne. Rara vez dijo palabra alguna, pero siempre que dormía junto a mí, sin caer yo presa de su embrujo, en mis oídos retumbaba una y otra vez un nombre: Helena.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)