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domingo, 1 de noviembre de 2015

Apolo y Dioniso se dan la mano

Me encontré a Dioniso junto con Apolo, en un terreno de nadie, donde la gente se mueve polarizada. Señalan que hay cosas que no pueden complementarse, que los vicios mundanos no tienen cabida en el placer intelectual.

Yo hice caso omiso, y les abrí mis brazos a ambos. No me quedo en el rincón, me muevo entre los espectros, entre las gamas de colores; y observo. Compartir amistad entre tribus urbanas irreconciliables, asomar la cabeza a las puertas del coma, sin por ello perder mi identidad o mi prudencia. Me he sentado con personas con la seriedad por bandera, y otras que traspasan los límites de la locura.

Quizá mi acierto, o mi error, es que no me acerco demasiado a esos pozos, y me quedo con una dosis moderada. No sentiré a flor de piel los extremos de esas acciones, o de las emociones ligadas a ellas, pero no lo considero negativo; un exceso de algo, unido a la carencia de su contrapeso, lleva a la perdición.

Y lo sé porque el odio no activa ningún resorte en mi cabeza.

jueves, 2 de enero de 2014

Devorar miedos

Se abren precipicios en medio del mar, y las olas engullen los puentes formados entre tus manos y las mías. ¿Qué puede más? Paises inestables que se fragmentan y se unen al mismo tiempo, confusos, igual que dos lobos que se lamen las heridas después de batallar. Sonrisas que se transforman en nubes que cubren el cielo de Oriente. Los sueños se vuelven pesadillas cuando el sueño vence a la apatía y la ansiedad. Todos tenemos un arma que no se ve, que cuando se lanza se clava igual que el viento, cubriendo el cuerpo y los ojos, y quizá no somos conscientes de lanzarla, pero aprisiona con la fuerza de los mitológicos dioses del Parnaso.

Una cerilla en mi mano para prender el fuego en medio de una lluvia torrencial, y aunque yo esté envuelto en llamas, nada a mi alrededor arde, y quizá sea obstinencia, quizá cabezonería, pero quiero terminar prendiendo el fuego. Aunque la lluvia haga tiritar, y el agua golpee con pesadez sobre la piel de mi cuerpo desnudo. No importa si las gotas no cesan de caer. Me gusta ese sitio. No quiero permanecer en ningún otro lado. Y si el barro me cubre las rodillas, seguiré de pie frente a sus ojos, da igual si no hay puentes y las olas son abismales. Puedo nadar. Y sé que ella se lanzará a por mí antes de que me ahogue.